lunes, 26 de marzo de 2012

Mi vida con Charles Dickens

Mi vida con Charles Dickens quiere ser un recorrido liviano por mis lecturas de este autor, del que se celebra este año 2012 el bicentenario de su nacimiento.

Recientemente, he descubierto la documentadísima biografía de Peter Ackroyd, que data de hace varios años, y cuya traducción está comercializando ahora Edhasa.

En lo que a bibliografía se refiere, se da la paradoja de que, precisamente, el tipo de literatura de folletín o por entregas que practicara Dickens, junto con el carácter melodramático de sus estereotipados personajes, malos / duros o buenos / entrañables, son características que han acabado por conformar un género como el de los best-sellers.

Si bien, la prosa de Dickens vista desde hoy en día resulta un tanto cargada, no tanto por rebuscada o difícil, sino porque el lector medio actual difícilmente empatiza con los personajes y las situaciones a que éstos se ven sometidos.

Sin embargo, hemos de admitir que Charles Dickens ha dejado su impronta y ha marcado la educación sentimental de la primera infancia, adolescencia y juventud de varias generaciones.

Novelas y personajes como Oliver Twist y David Copperfield figuran en el imaginario colectivo como referentes de niños nacidos en circunstancias adversas que, finalmente, se redimen en su juventud con su trabajo y esfuerzo, hasta alcanzar en su madurez situaciones de confort que ni en el mejor de sus sueños podrían haber imaginado.

O bien relatos como Canción de Navidad y el señor Scrooge, que muchos hemos leído en diferentes versiones a lo largo de nuestros primeros años de formación, en versiones ilustradas y edulcoradas, hasta llegar al original propiamente dicho, por no hablar de las veces en que series televisivas de ficción, dibujos animados y hasta películas de cine nos han puesto este argumento delante de las narices.

Äunque no puedo decir que las navidades estén entre mis fiestas preferidas, sí es cierto que de pequeño disfruté mucho con la familia. Y por esas fechas la televisión pública, que era la única que existía entonces, nos aleccionaba con la parábola del avaro Scrooge y su conversión en ciudadano generoso y dadivoso.

Ahora mismo, debo de tener por casa este cuento en su versión completa para adultos, en su equivalente infantil/ilustrada e incluso en audio/CD y en película/DVD de dibujos animados.

Por su parte, Historia de Dos Ciudades es para mí una debilidad, donde confluyen mi pasión por la literatura y mi afición a un periodo muy concreto de la historia universal, la Revolución Francesa.

Ignoro qué fue antes, si la Revolución Francesa o bien Historia de Dos Ciudades, pero lo que sí recuerdo es haber visto una versión televisiva, de la BBC seguramente, que dejó honda huella en mi susceptible sensibilidad infantil.

En este sentido, siempre recordaré el sacrificio que afronta Sidney Carton al autoinmolarse para salvar de la guillotina revolucionaria al marido de la mujer a la que ama, y que no le corresponde. Este solo hecho vale para salvar un libro.

Ya de mayor, han sido repetidas las ocasiones en que he intentado leer esta novela en su totalidad sin éxito, pues me ocurre como con el Ivanhoe de Walter Scott y otra literatura folletinesca decimonónica del tipo Los Tres Mosqueteros de Alejandro Dumas, que se soportan mejor en sus versiones cinematográficas y  televisivas, siempre y cuando tengan una mínima calidad en la adaptación y puesta en escena, así como presupuesto para un vestuario y decoración respetuosos con la época.

Sin embargo, no consigo apreciar la literatura encerrada en sus versiones novelescas, pues tan solo acierto a percibir una gratuita acumulación de hechos y sucedidos, de personajes más o menos bien perfilados, pero que no trascienden una lectura sosegada y orientada al disfrute.

Por otra parte, también recuerdo haber visto una adaptación cinematográfica moderna de Grandes Esperanzas con Ethan Hawke y Gwyneth Paltrow en los personajes principales, dos niños creo que emparentados que se crían juntos en una especie de jaula de oro y que se ven separados en su más tierna infancia, para después volver a reencontrarse ya adultos en una situación completamente diferente y que pondrá a prueba sus capacidades de adaptación al infortunio, en una especie de revisión de la parábola de los talentos.

Por último, estoy terminando de leer una novela de Dan Simmons, Drood / La Soledad de Charles Dickens, donde se cuenta la historia de los últimos años de Dickens, en concreto desde su accidente ferroviario de 1864, siendo el narrador el también novelista, coetáneo y amigo de Dickens, Wilkie Collins.

Por aquella época Dickens tiene por amante a una actriz de teatro, si bien ya se encontraba separado de su primera mujer desde hacía tiempo, y se le atribuyen ciertas aficiones hacia el mesmerismo / magnetismo que le llevan a realizar arriesgadas excursiones por los bajos fondos del Londres subterráneo, a sus catacumbas y cloacas, en busca de un tal Drood, que se supone era a su vez el personaje principal de la última novela inacabada de Dickens.

Entre continuos flash-backs a épocas anteriores de la vida de Dickens, el puntillismo y detalle con que están narradas ciertas anécdotas y situaciones hacen que el grado de verosimilitud del relato se aproxime mucho a la biografía, aun cuando en todo momento se nos recuerda que estamos ante un ejercicio de estilo literario.

Y asistimos en primera fila a la vida de Dickens, escribiendo a destajo por las mañanas y caminando después de comer, a buen paso, por la campiña inglesa.

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