Antes bien, la guitarra llorona y, por otra parte, incendiaria para la época, es la del amigo Eric Clapton en el tema homónimo de los Beatles firmado en solitario por George Harrison. A modo de anécdota, ambos amigos estaban enamorados de la misma mujer, Pattie Boyd, a la sazón, pareja de George. Más tarde, Clapton compondría su éxito Layla como reconocimiento de su secreta y, no correspondida, devoción por Pattie, con quien, posteriormente, llegaría a casarse. ¿Que por qué no le nombro a Harrison en el título de este artículo? Pues porque mi idea es hablar in extenso de la versión que Micah P. Hinson hizo de esta canción. Por cierto, la versión de una banda de tributo de Kyoto -The Beatrips-, tampoco desmerece del original.
Sin embargo, desde el denominado verano del amor, han ocurrido hechos muy significativos en la biografía del cuarteto de Liverpool. A la muerte de su manager, Brian Epstein, le sucede vertiginosamente un viaje a la India que los embarca en la religiosidad budista y las modernas técnicas orientales del yoga de la mano del santón hindú Maharishi Mahesh Yogi.
De esta última experiencia Paul, John y George -además, por este orden, en cuanto a su respectivo umbral de resistencia / permanencia en la India-, vuelven a Inglaterra con un montón de canciones en el zurrón que solo caben en un disco doble, que irá enfundado en riguroso blanco y sin el nombre del grupo a la vista -de ahí, que se lo conozca como el álbum blanco de los Beatles; por contraposición, más tarde llegarían los álbumes negros de Prince, no oficial, y Metallica, también doble, que contiene, entre otros hits de la banda, Nothing Else Matters.
De acuerdo con esta cavilación, en 1968 y 1969 llegarían las gemas pop de George Harrison, no por más joven, menos brillante como compositor que John y Paul, si bien ante tamaña competencia en un grupo tan reducido de rockeros, lógico que estallase más tarde su genio creativo. A la sombra durante demasiados años, la tríada formada por While My Guitar Gently Weeps, Something y Here Comes the Sun, para nada tiene que envidiar las obras de sus compañeros y rivales -dicho sea en el sentido de acicate y margen de mejora.
Micah opta por una versión entre irrespetuosa y mistificadora. Arranca con una distorsión fuzz que no hace sino remarcar el ritmo de la grave -por seria- intro de guitarra, bajo y batería -chaston a lo concha de almeja que se abre y se cierra, y bombo. Cuando ya parece que estamos dentro de un loop instrumental infinito, Micah se digna poner voz al tema, pegándose el micro a la boca y saturando también éste de fuzz, hasta que nos chirrían los oídos. Y entonces, tras un redoble de la batería más naturista -por desnuda- que escucharse pueda, Micah levanta el pie de la tormentosa desazón, y ataca la estrofa de la canción.
El puente, entre espacial y psicodélico, indeciso en el trémolo de guitarra, enfatiza, sin embargo, el fraseo perezoso y adormilado de Micah. Quien emerge por momentos de un sueño confortable y placentero, a la vez que, acechado por sombras de pesadilla, no alcanza la paz de espíritu de la canción original. El solo, estratosférico y singular, nos deprime los sentidos por la desgana general con que Micah lo interpreta. Su desarrollo nos sorprende por su desfachatez y desidia, y cae a peso sobre nuestra idea primera de la canción de Harrison.
El bucle se repite eternamente. Elementos tan dispares como la melancólica melodía, la voz cavernosa de Micah, el fuzz y el trémolo, acumulados y repetidos, causan en nosotros efectos hipnóticos. Una sensación ligera y onírica, a la vez que plúmbea, nos ahoga en un mar de emociones, y noquea nuestra percepción inicial de While My Guitar Gently Weeps. Y, sí, la guitarra de Micah llora tristemente por nosotros y, de mientras, nos arrulla confortablemente en su onda. Actúa a modo de catarsis, y nos resarce de nuestras pequeñas miserias del día a día.
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