En Algorta, sobre el acantilado de la playa de Arrigunaga, las chicas
toman el sol cual sirenas varadas en la hierba. Lucen tatuajes piratas
en sus pieles morenas, y sus bañadores de vivos colores esculpen sus
cuerpos con formas imposibles. Más arriba, el molino de Aixerrota saluda
y despide cordial a las familias que pasean por sus inmediaciones.
Sobre la arena, tiembla una toalla que el viento iza a cámara lenta en
vuelo rasante. En el agua se divisan bañistas en top-less perladas de
espuma y surfistas que trazan cabriolas en el aire. A lo lejos se
perfilan velas que se agitan en el horizonte.
Junto al
murallón que queda al pie del acantilado, Lucía saca fotos hurtando al
tiempo efímeros instantes, rescoldos de un fuego controlado. El pelo
recogido de Lucía es como una guirnalda dorada a al luz tardía de
septiembre. Un barco hace sonar alegre la bocina, anunciando su entrada a
puerto. De mientras, las gaviotas compiten con los esporádicos aviones
en una cacofonía de trinos y estruendo. Lucía ha bajado a la playa de
Arrigunaga para recoger a su marido y sus dos hijas tras un largo día de
playa ...
Para seguir leyendo: Miscelánea Vitae
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