Desde allí arriba, Adán se deja caer precipitándose a la calle desde el séptimo piso del Edificio de Oficinas Ercilla. Un transeúnte que sale de la Farmacia que hace esquina en el chaflán entre Ercilla y Rodríguez Arias lanza el grito de alarma. Los viandantes que cruzan en ese momento el semáforo, paralizados por el susto, se giran a mirar al cielo, de donde parece que viene el peligro.
Milagrosamente, se hace un claro
en el paso de peatones donde el cuerpo de Adán impacta sobre la recién
asfaltada carretera con un sonido seco silenciado por el estruendo de las
bocinas de los coches. Su forma de muñeco de guiñol estampado en el suelo con
los brazos y las piernas componiendo una esvástica es lo último que ve su
compañero de trabajo Eusebio -quien, sintiendo frío al volver del baño, se ha
asomado a la ventana para cerrarla- antes de perder el conocimiento.
En la peatonal de Ercilla, Patricia
sale de la joyería Ignacio Álvarez contenta con su autorregalo, un reloj de oro
Rolex con biseles engastados de diamantes que ha cargado en la cuenta de su
amante. Ajena al drama que se vive a escasos treinta metros en línea recta,
Patricia marca su número en su iPhone 8 para darle la buena noticia. A pesar de
lo concurrida que está Ercilla, Patricia consigue abrirse camino a través de un
pasillo que ha dejado una patrulla de la Policía Municipal. Según se aproxima
al cruce, la sirena de la ambulancia deja de sonar y, de entre corro de curiosos
que rodean el cadáver de Adán, surge distintiva la melodía de `Like a Hurricane´ de Neil Young, que Patricia
descargó personalmente e identifica su contacto en el móvil de Adán.
Una vez recuperado de su
desvanecimiento, Eusebio baja al Dennis, la cafetería de los soportales del
Edificio Ercilla, con la intención de tomarse una infusión de té. Sin embargo,
según sale del ascensor, se cruza con el conserje del Edificio, quien escoltado
por dos Policías Municipales se dirige precisamente a su Oficina en la séptima
planta. Eusebio ni se inmuta cuando le informan de que su compañero Adán se ha
precipitado por la ventana y yace cadáver en el paso de cebra de Rodríguez
Arias. Si bien, con disimulo, apenas si atraviesa la puerta automática de
salida, pasa de largo la cafetería y enfila las escaleras en dirección al
tumulto que se ha formado en la calle.
Desde su posición en el círculo
alrededor de su recién fallecido amante, Patricia vislumbra enfrente, como
aturdido, al atontado de su marido Eusebio. Tiene un primer impulso de quitarse
de en medio, de desaparecer, pero Eusebio ya la ha visto y le hace señales para
que se le acerque. Enajenada y rota de dolor, Patricia no puede más, se descalza
sus zapatos Louis Vuitton de aguja que mete en su bolso de Loewe, aparta a los Policías
Municipales y pasa por encima de los sanitarios de Cruz Roja para fundirse en
un abrazo con el cadáver aún caliente de Adán.
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