Competir en términos de precios, nos puede hacer más competitivos, pero no significa necesariamente que se estén haciendo las cosas bien. Mi pregunta es ¿somos realmente competentes? Hacer lo mismo o más con menos, aporta de saque una indudable ventaja competitiva, pero sin diferenciación y competencia real en los procesos, es imposible llegar más allá, porque al vendedor de lance como al mentiroso, se le da alcance antes que a un cojo.
Lo hemos visto en el caso de Fagor, empeñado en dar la batalla en un mercado maduro como es el de los electrodomésticos de línea blanca y que sus competidores son capaces de atender sin los esfuerzos y reveses que venía sufriendo la pionera e histórica cooperativa. Lejos de establecer una reflexión sobre la viabilidad de un proyecto condenado al fracaso, los gestores prefirieron "mantenella y no enmendalla".
A menudo, uno se encuentra con creyentes de esa nueva religión que llama a la guerra de precios. Cuanto más barato mejor, defienden los seguidores de esta santa cruzada. Pero la realidad es que si uno no consigue diferenciarse de la competencia y aportar una experiencia peculiar y claramente distinguible al cliente, la batalla está perdida. Hablamos no sólo de servicios, sino de productos, como ha demostrado Apple con su iPhone y iPad. Lo único se valora, lo que es standard / commodity se desprecia y se subasta al mejor postor, esto es, al precio mínimo. Y ahí es donde el Game is Over en favor de países asiáticos, que puede ser China, Corea o Singapur, en función del nivel tecnológico y del coste requerido.
Un grupo tan identificable por su peculiaridad británica / londinense y tan poco imitable como Madness hacía mofa del asunto en los 80s y lo proclamaba a los cuatro vientos en su canción "I´ll Compete". Ya que el mercado está montado para competir, al menos hagámoslo por aquello que merece la pena y nos hace exclusivos y, por lo tanto, elegibles.
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