viernes, 22 de noviembre de 2013

In-A-Gadda-Da-Vida de Iron Butterfly

Escuchar In-A-Gadda-Da-Vida el otro día en la sede de Rugby Bilbao me retrotrajo a mi adolescencia en los 80s cuando practicaba la piratería musical con los discos de mis tíos. Por aquel entonces, no había Lp setentero que se escapase de la grabación en cassette. En concreto, el álbum de Iron Butterfly, del mismo nombre que la canción, compartía cinta con el primer disco de The Doors. Se trataba de dos discos de la serie media de Atlantic Records que, casualmente, cubrían el sonido de la Costa Oeste norteamericana. En ambos casos, el sonido ácido de finales de los 60s proveniente de California tenía un punto dramático y duro por la participación protagonista del órgano.

Ray Manzarek, de los Doors, aportaba gotas lisérgicas propias de su formación jazzística al mesianismo vocal de Jim Morrison, el nuevo dios del caos y el desorden que encarnara Rimbaud tan solo un siglo antes. Mientras que el organista, compositor y vocalista de Iron Butterfly, Doug Ingle, anunciaba el Infierno de Dante desde su púlpito poco menos que eclesial, anticipando el sonido pesado que grupos como Black Sabbath cuajarían más tarde como Heavy Metal.


La suite que da título al álbum es un largo desarrollo de 17 minutos que sería la envidia de compañeros duros como Deep Purple y sinfónicos fanáticos de las canciones extendidas como Pink Floyd, Genesis o Yes. La insistencia blues-rock del riff, que se repite una y otra vez, machaca y desquicia por igual, alcanzando el paroxismo que sólo el desvarío de la conciencia hippie de paz y amor podía asumir como propia y es identificativa de una época.

Para mi sorpresa, la canción ha envejecido bien, salvo por el soporífero desarrollo de batería a mitad de la misma. De hecho, la dureza de guitarras y bajos, la contundencia de la batería y la frescura vocal de Doug Ingle, me hicieron dudar por un momento que se trataba de una versión y no del original. Basculando entre la exquisitez del fondo y lo apocalíptico de la forma, no pude evitar asociar esta banda sonora con las macabras escaramuzas protagonizadas por el asesino en serie Hannibal Lecter de Thomas Harris, tan aficionado a los teclados de época y las Variaciones Goldberg de Bach.

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