lunes, 20 de agosto de 2012

Greetings from Sonabia Beach

Sonabia es una pequeña playa de la costa de Cantabria situada cerca de Castro Urdiales. Próxima al entorno de Islares, el Pontarrón de Guriezo y la Ballena, que delimitan en su interior la ría y playa de Oriñón.

En concreto, Sonabia se encuentra a la izquierda de la playa de Oriñón, pasada la Ballena. La playa de Sonabia es un pequeño paraíso donde naturistas y textiles se dan la mano, los perros campan a sus anchas, sin molestar, y es posible practicar todo tipo de deportes de agua y arena. Después de comer en las inmediaciones, en el asador Las Encinas, dejamos a mano derecha la Ballena y seguimos el camino pedestre a Liendo / Laredo.


El avistamiento de la playa es espectacular. El verde de las campas se entremezcla con la arena de las primeras dunas, y la vegetación resplandece a ambos lados de la playa, entre riscos de piedra caliza. En la orilla izquierda, el Alto Candina se eleva cual Monte Rushmore -donde en lugar de caras de Presidentes de los Estados Unidos, uno va proyectando los perfiles que su imaginación le sugiere- y está coronado por una buitrera de belleza singular donde habita una colonia de buitres leonados -rosco geodésico en la cima de la roca incluido.

En la pleamar el arenal se extiende en superficie lo que una cala grande, pero debido a su suave desnivel la bajamar desvela una playa amplia y hermosa, recoleta por la demarcación de las dos enormes moles de rocas que descienden hasta el agua en sus veredas. Te desnudas y entras en contacto con el agua del Cantábrico, fresca más que fría, vigorizante y tonificante, la mar te recibe en calma / remansada y te mojas sin rechistar, dejas que la espuma de las olas te arrulle en su abrazo y sientes el leve cosquilleo que te recuerda a un baño de burbujas natural.

Flotas, te sumerges, te zambulles de cabeza, tratas de coger las olas y que te arrastren con su fuerza, das unas brazadas hasta el límite imaginario que trazan el final de las rocas donde un barco ha atracado en la bahía. Te giras hacia la playa y ves el tramo descendente que has recorrido, las dunas, las campas, y al fondo un par de casas te recuerdan que estás en un paraíso civilizado y, enmarcando esta postal, las imponentes montañas que rodean la playa, mientras los buitres dibujan una corona con su vuelo allá arriba, a contrasol de un cielo azul surcado de nubes vaporosas como algodón de feria.

Tomas aire y buceas, nadas a lo rana bajo el agua, para volver a la superficie y dar unas brazadas que te devuelvan a la orilla donde tomar un bocadillo, un refrigerio, y al rato, de nuevo a sentir el arrullo refrescante del mar mientras la luz del sol nos alegra la mirada. Cuando se acaba el baño, uno puede quedarse varado cual sirena, bien en la arena, bien entre las rocas, y dejar que los rayos solares doren íntegramente su cuerpo. Quitarse el salitre de la mar con una botella de agua fresca, volverse a vestir y recoger nuestras cosas sin dejar rastro de nuestro paso en la arena, es otro de esos detalles que nos garantizan que mañana podremos volver a disfrutar con placer de este nuestro recoleto paraíso natural.

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