martes, 25 de noviembre de 2025

El Cuarteto de Cuerda (La Trucha)

Mi mujer (Violonchelo) y Violín (un servidor) habíamos quedado a comer con otra pareja amiga: Viola y Contrabajo. Tenemos un grupo de wasap que, inicialmente, bautizamos Michelín, porque la idea era probar los menús de restaurantes con estrella Michelín. Sin embargo, la alegría fue fugaz y sólo nos duró dos degustaciones, suficiente para que nos doliese el bolsillo a los cuatro (pagamos por turnos, cruzadas las parejas: Violonchelo/Contrabajo y Viola/Violín). Al pagar en el segundo, Viola adujo que, más importante que el menú en sí, era la compañía. Así que, para la tercera quedada, Contrabajo, obediente, rebautizó el grupo. A partir de ahora se llamaría Chiquilín (por la rajada, supongo).

Era domingo, Violonchelo y yo habíamos echado un polvete mañanero que habíamos dejado pendiente la víspera, y estábamos relajados y de buen humor. Durante el trayecto en Metro, hicimos memoria de la última vez que habíamos comido con nuestros amigos. Y coincidimos en que, cada vez que quedamos con ellos, los cuatro nos divertimos sanamente. Extraña conclusión teniendo personalidades tan diferentes. Viola, la mujer de Contrabajo, es la más emotiva del cuarteto, da una impresión jipijapa cuando es feliz, pero, a ratos, se muestra pusilánime (Semilla Negra de Radio Futura está entre sus canciones preferidas). Mi amigo Contrabajo es el más complicado del combo, de talante educado, bajo una superficie de aparente control y calma, oculta un inquietante y aprensivo trasfondo (él no lo sabe, pero, Querida, Milagros de El Último de la Fila, podría muy bien describirlo). Violonchelo, mi mujer, es impulsiva e insegura, simpática y borde a la vez, aunque, con el tiempo, ha limado la agresividad que transmitía a primera vista (Insurrección, también de El Último de la Fila está en el top ten de canciones más reproducidas, según su app musical). Y yo (Violín) soy un espíritu libre, sentimental (un calificativo acorde con mi pose de poeta erótico, más que seña de identidad de mi verdadero carácter) y enfermizamente dubitativo, hasta la parálisis (La Estatua del Jardín Botánico, otra vez, de Radio Futura, me refleja perfectamente).

Violonchelo y yo llegamos puntuales al bar que había elegido Contrabajo como punto de encuentro. Pero estaba cerrado. En cuanto tomamos asiento en el bar de enfrente, Violonchelo envío un wasap al grupo para informar de nuestra nueva ubicación. Esa dependencia de la falsa inmediatez que proporciona la tecnología digital me cabrea bastante, y es fuente habitual de nuestras discusiones de pareja Personalmente, me siento más confortable con las características táctiles y presenciales del universo analógico. Más tarde, Viola y Contrabajo nos contaron que se habían liado con el mensaje de Violonchelo, y a punto habían estado de extraviarse buscando el nuevo destino. Exceso de velocidad y celo profesional, lo llamo yo. Cuánto más fácil habría sido dejarles a nuestros amigos seguir su camino y llegar a la misma deducción que nosotros (cruzar al bar de enfrente, al ver cerrado el bar donde nos habíamos citado). Después de los saludos de rigor y de tomar una ronda de zuritos, nos dirigimos al restaurante sugerido por Contrabajo, cruzando al otro lado del río por la pasarela peatonal que quedaba a escasos metros del bar. Una vez allí, las chicas se mostraron encantadas con la decoración del sitio, la mesa en la que nos sentaron, el menú concertado (con un rodaballo correcto como plato principal, tras unos entrantes aceptables) y la carta de vinos (nos echamos al coleto un blanco de Rioja discreto). Una torrija (con helado) pasable y los inevitables cafés coronaron un menú de siete, eso sí, muy ajustado en precio.

Como aún faltaban un par de horas hasta el Concierto (ese día hicimos doblete), nos trasladamos a un pub del muelle, con vistas al Teatro. Una vez allí, ellas fueron juntas al aseo, y Violonchelo me contó esa misma noche, en la cama, que se le había escapado confesarle a Viola que “si fuese por Violín, estaríamos haciéndolo todo el rato”. Viola, sorprendida y con cara de susto, le contestó que eso no era normal y, añadió, “desde luego, en mi caso, no es lo habitual”, ahora sí, con una pizca de envidia. Rumbo ya hacia el Teatro, Violonchelo y Viola no paraban de reírse delante de nosotros. Las dejamos atrás cuando se pararon a mirar un escaparate, momento que aprovecharon para intercambiarse las entradas. Al principio, me lo tomé a broma, pero cuando subimos al gallinero, lamenté haber perdido mi centrada localidad en la fila 7 del patio de butacas. La tristeza me duró poco, porque mi amigo Contrabajo iba a disfrutar en mi lugar de la privilegiada visión y acústica del Concierto. A poco de empezar la función, mi arrepentimiento se disipó por completo cuando Viola, aprovechando el rincón ciego en el que nos encontrábamos, desabrochó subrepticiamente mi bragueta, y empezó a chuparme la polla con glotonería, como si estuviese succionando un polo de hielo. Acostados en la cama, a petición suya, se lo relaté a mi mujer, y le expliqué también que, justo antes del descanso, Viola y yo bajamos al baño de tíos y allí, en un cubículo, le comí el coño “con el mismo apetito con el que te lo estoy comiendo ahora a ti”. A diferencia del fresco y perfumado coño (coco y vainilla), de Violonchelo, el coño de Viola olía fuerte y tenía un regusto a pescado, pero, no me supo, para nada, a rodaballo. “Apostaría más por un pez de río: salmón o trucha. ¿Qué tal te ha ido a ti con Contrabajo?”, le pregunté a Violonchelo con curiosidad, sin dejar de aplicarme con fruición en el cunnilingus. “Había demasiada luz en el patio de butacas. Además, tu amigo es muy majo, pero también un poco bajón, de tan secante como se comporta. Viola me ha dicho que apunta los polvos en una especie de agenda. Pero, sigue, sigue, no pares de tocar, ¡Violííín!”.

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