martes, 11 de noviembre de 2025

Una Noche en la Ópera

Los dos amigos saludaron al segurata, que les deseó buenas noches, y entraron en el recibidor del Club. En la semioscuridad de la barra del local, Germán contó cuatro parejas de chicas con sus clientes. Las chicas sentadas en taburetes altos y los clientes junto a ellas de pie.

Una rubia de pelo largo y despeluchado, vestida con una blusa de gasa cuyas transparencias apenas si dejaban imaginar sus grandes tetas, cruzaba y descruzaba las piernas bajo una microfalda en medidos intervalos (a lo Sharon Stone en "Instinto Básico") que permitían vislumbrar unas mínimas braguitas de encaje color salmón, para solaz y regocijo de su acompañante, un apuesto joven de ceñida camiseta de marca y pantalones vaqueros. Junto a ellos, una mulata morena de pelo corto y liso (tan planchado que bien pudiera ser una peluca) le daba palique a un hombre bajito trajeado y con gafas. Por los gestos de ella, se adivinaba su aburrimiento y hastío, rayanos en la incomodidad, diría Germán, a quien, por un instante, se le pasó por la cabeza rescatar a la chica de las manos de semejante moscón. Sin embargo, para su sorpresa, le bastaron cinco segundos a la chica para reconocer a Andrés y echarse en sus brazos a la vez que le estampaba un beso en la mejilla. Después de intercambiar las zalamerías de rigor: cuánto tiempo sin verte / he tenido mucho lío / ya no nos visitas / ¡qué más quisiera yo! (momento en el que, como salida de la nada, también se acercó a besar y achuchar a Andrés la rubia de grandes tetas), te has olvidado de nosotras / lo siento, pitxines, no he podido venir antes / nos tienes abandonadas; llegó el momento de las presentaciones. La morena tenía como nombre de guerra Jacqueline y, por su recatado modelito (dados el lugar y las circunstancias), hacía honor a su presidencial nombre, pensó Germán. De su ceñido lencero de tirantes de raso rojo pugnaban por salir unas formidables tetas de pezones que se auspiciaban recios tras la ligera tela. Y lo conjuntaba con una estilosa minifalda de cuero negro. Pero lo que acabó por conquistar a Germán fueron sus stiletto de charol rojo a juego con el top. De la parte delantera de los zapatos sobresalían los dedos de sus pies con las uñas pintadas de negro y estrellitas blancas intercaladas. Unas tiras se enredaban a la altura de los talones y los tobillos de sus piernas torneadas, embutidas, a su vez, en medias brillibrilli de color champán casi traslúcidas. En la distancia corta, al darle el beso de bienvenida, Jacqueline desprendía un aroma de coco y vainilla, pero exacerbado por su piel canela. Cuando Jacqueline alargó su brazo en señal de educado saludo, a Germán le embriagó la cremosa suavidad del haz de su mano, de un tono café con leche surcado de azuladas trazas, en contraste con la tersura más rugosa de su palma casi negra. Jacqueline dijo proceder de la República Dominicana. Chantal, sin embargo, tenía la tez más lívida y se perfumaba con una esencia fresca y floral acorde con su chispeante e infantil actitud. A pesar de intentar emparejarse con Andrés, en seguida quedó claro que éste se decantaba por Jacqueline. Así pues, Germán se quedaría de charla o lo que fuera con Chantal, quien dijo provenir de Brasil. A continuación (sin previo aviso/porque ella lo valía), posando sus manos sobre la barra, los brazos estirados y el culo en pompa, Jacqueline les brindó un twerking marca de la casa, en lo que Germán interpretó como un gesto de celebración por la llegada de Andrés (cual Ulises retornado tras un tiempo de ausencia indefinido), moviendo su cucu al compás de "Si Antes te Hubiera Conocido" de Karol G. Divertida, como si no fuese con ella (inocente niña mala ajena a las consecuencias de sus travesuras), con su rítmico bamboleo, Jacqueline hacía elevarse la falda por encima de unos panties que entreveraban su tanga brasileña (apenas un hilo levemente más oscuro que remarcaba sus protuberantes y tonificadas nalgas). Después de un recibimiento tan caluroso, dándose la vuelta, Jacqueline le pidió a Andrés que las invitara a una copa. En un aparte, Andrés le explicó a Germán que el trato consistía en apoquinar a medias "los 60,00 €uros que cuesta la botella de Cava de las señoritas, además de nuestra consumición". Sin esperar la respuesta de Germán, Andrés confirmó de manera explícita el convite con un envolvente abrazo que incluía a Chantal y Jacqueline, mientras le pedía al camarero dos cervezas para ellos. Entre chanzas y confidencias, vaciles y morisquetas, acabaron su primera consumición, y Andrés propuso al grupo pasar al reservado. "Ahí la broma se llama 300,00 €uros, consumiciones aparte", le dijo Andrés a Germán a modo de confidencia, por si a éste se le ocurría echarse atrás. Pero con la grata compañía de Chantal y Jacqueline, quién era Germán para aguarles la fiesta. "¡Será por dinero!, respondió con cierto estupor y/o vergüenza por sus muestras de valentía y determinación (que hasta ese momento desconocía atesorar). La noche fue transcurriendo en los divanes del reservado (que tenía de reservado lo que el camarote de los Hermanos Marx) con un toqueteo aquí y un besuqueo allá, intercambio de parejas incluido, y alguna que otra pose sexy de pool dancing por parte de Jacqueline, para acabar de enseñarles por delante su sensual lencería de encaje y alardear de su contoneo caribeño, pero sin que ni Andrés ni Germán pasaran a mayores, esto es, al piso de arriba, con Jacqueline y/o Chantal. Y así llegó la hora de despedirse, se iluminó el local y la música cambió bruscamente del reggaetón más bailongo al rock operístico de la "Bohemian Rapsody" de Queen. Mientras dejaban tras de sí el garito, dando eses como en un slalom, bajo las primeras luces del día, Germán (su cerebro rayado con la canción de Freddie Mercuryno pudo evitar desternillarse de risa imaginando que había disfrutado hasta las cachas de "A Night at the Opera".

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