martes, 2 de octubre de 2012

Franz Ferdinand

Con ese nombre de reminiscencias alemanas, Franz Ferdinand es, sin embargo, un grupo típicamente escocés -de Glasgow, en concreto. A caballo entre unos Jam desbocados y el Bowie danzón de finales de los 70s y primeros 80s, Franz Ferdinand ha deglutido y absorbido las enseñanzas de los últimos ismos del rock británico, desde el nuevo brit-pop de los Oasis / Blur a los modernos sonidos llenapistas, con su groove tan bailable y las estructuras repetitivas de loops que se superponen unos a otros en sucesivas iteraciones acumulativas.

El disco homónimo que comentamos hoy, es el de su debut en 2004, y supone una vuelta a los discos de diez canciones y cuarenta minutos, tras el sarampión de los años 90s en que la cultura mal entendida del CD llevó a muchos grupos a rellenar el soporte digital con discos de dieciséis canciones y más de una hora de duración. Obviamente, sobraba la mitad, tanto del minutaje como de las canciones.

La frescura y energía, así como la potencia sónica de este primer disco, epató a la crítica especializada, que no dudó en darle buenas puntuaciones y aupar al grupo en los primeros puestos de las clasificaciones.

La canción que abre el disco, Jacqueline, tiene un inicio a capella muy Ray "Kinks" Davies, con esa sorna británica, difìcilmente igualable fuera de las islas, que la emparenta con un hit como Lola. Y sorprende que Alex Kapranos pueda entonar este himno con gracieta incluida con la madurez irónica con que lo ataca.

El sonido es para enmarcar, a las guitarras afiladas y garajeras propias del indie, le secundan una sección rítmica de primera categoría, batería contundente y sin concesiones y bajo funky que podríamos bautizar de "globettroter" -en el sentido de bota-bota la pelota, bota-bota el pelotón. Y aquí es donde creo que las lecciones del loop industrial han calado hondo en la forma que tiene el grupo de construir sus estructuras compositivas. Recientemente, he leído en el Ruta 66 Número 296 de Septiembre una crónica de Esteban Hernández sobre el grupo Cave que explica muy bien este modo de avanzar artísticamente a través de la repetición.

En el caso de Jacqueline, la canción parte de la voz para ir sumando elementos que una vez consolidados comienzan a explorar territorios desconocidos, cada uno por su cuenta, pero con un nexo común en la sección rítmica. Ayuda enormemente la aportación individualizada de los teclados, en el sentido de que no es una excusa para crear intros o ambientes, sino que tiene vida propia como instrumento solista. De hecho, en la mayoría de las canciones, la tensión se establece entre la guitarra solista y el teclado, más que entre la guitarra solista de Alex Kapranos y la guitarra rítmica de Nick McCarthy -ambos tocan teclados.

Asimismo, el empaste de las voces nos remite a la mejor tradición británica, esa que arranca en los Beatles y no descuida la armonía vocal hasta nuestros días, te llames Pulp, Muse, Keane, Kaiser Chiefs o Franz Ferdinand.

El encargado de romper la bella intro vocal de Jacqueline es el bajo de Bob Hardy, e inmediatamente entra la afilada guitarra de Alex Kapranos con un riff entre cadencioso y apoteósico a lo largo de toda la escala musical, quien con su voz acaba de llevar la canción a territorios afterpunk de honda raigambre indie, pero muy high-fidelity.

Sin apenas espacio entre canciones, el segundo número, Tell Her Tonight, es un ejemplo de atmósfera coral pop con un timbre a lo Bowie por parte de Alex, que nos recuerda al bocinazo de la portada, pues su voz suena como filtrada por un speaker de los que se usan en las manifestaciones.

El efecto pelota de goma gigante retumbando en las cuatro paredes de la discoteca se puede escuchar perfectamente en Take Me Out. Y las guitarras únicamente le quitan el protagonismo a la sección rítmica -chaston haciendo la ostra psss-psss, incluido- para hacer el cambio pertinente de estrofa a puente y viceversa. En cualquier caso, el bajo te taladra la cabeza como si el objetivo de Bob Hardy fuese hacer de nuestros sesos un genuino queso "grùyere".

The Dark of the Matinée es un remanso de paz en su inicio, pero Bob vuelve a torpedearnos con lo que mejor sabe hacer, y nos lanza un crochet de derecha a la línea de flotación, esta vez secundado por Paul Thompson a la percusión, quien no deja de machacar las baquetas sobre los parches en cada ocasión que el tema toma velocidad e intensidad, convirtiéndose en otra arma de destrucción masiva que nos horada el cerebro, seguro que con idea de que la letra que entona Alex se nos grabe a fuego en las neuronas.

Piano y teclado abren Auf Achse, y la guitarra pespuntea con gusto una melodía que Paul Thompson apenas marca con su batería, para que Bob Hardy, sin embargo, retome su carrera de fondo en el peloteo a dos paredes, aunque aquí también se estira con algún que otro glissando postromántico. Cuando la canción va tomando temperatura, a la vez que la letra se va poniendo más caliente, la batería de Paul se pone a la altura de las circunstancias y acompaña el abre-cierra de su chaston con un avance de bombo y caja, que aumenta  de frecuencia a cada iteración hasta su extinción a modo de alarde jazzístico a los palos.

En Cheating on You las guitarras nos transmiten el vértigo del afterpunk, pero con una limpieza de instrumentos que recuerda a los primeros U2, aquéllos que parecía mentira que fuesen guitarra, bajo y batería y montasen semejante estruendo, gracias al muro de sonido de Steve Lillywhite.

This Fire es otra vez un número entre himno alcohólico y bailable de discoteca bizarro, con la enjundia que aportan los elementos descritos hasta ahora y que en este tema adquieren matices de éxito total: el bajo rebotando en nuestro cerebro, la batería entre el chaston abre-cierra y la caja trepidante, las guitarras ahormando la voz de Alex Kapranos en unos timbres y tesituras curiosamente agudos y gritones.

Darts of Pleasure se postula como un número erótico de elevada temperatura, si bien en el momento de la verdad parece que la chica se escapa por piernas, ante tanta elaboración teórica y escasa pericia práctica del Don Juan de turno. Alex seduce con su voz, y la banda pone los trucos hasta ahora destacados para generar una expectativa sexual que aparece finalmente frustrada, por mucho que el combo toque desquiciadamente y cante a coro sobre la estructura básica de caos organizado en que deriva el final del tema.

Solo de guitarra para empezar con buen pie Michael, un tema salvaje de desquiciada destreza en la interpretación y urgente desnudez en la letra, sin que sepamos muy bien cómo se puede tocar tan rápido sin ser Mötorhead o una de las reputadas bandas de speed metal, tipo Megadeth y por ahí. Cuando el solo de guitarra vuelve a entrar en acción el número se desboca irremediablemente hasta su extinción.

Sin duda el mejor tema del disco, en mi opinión, Come on Home contiene los logros de Franz Ferdinand glosados hasta ahora en modo superlativo. Un inicio de guitarra entre surf y spaghetti western, con ese vibrato tan característico que nos sirve tanto para subirnos a una ola como para temer el disparo de gracia en duelo bajo un sol de solemnidad en la calle principal del pueblo, balas de paja al viento incluidas.

Bob Hardy hace botar la pelota como nunca, sacando petróleo hasta de la chapa del frontón, y los apuntes del teclado delimitan y amplían estupendamente el tema principal del disco.

Alex se mueve vocalmente entre la nostalgia y la sugerencia, la seducción y la melancolía. Mientras que Paul Thompson abre y cierra las conchas de su chaston cada vez que es preceptivo, para después estallar en un ritmo sincopado, con una frecuencia escandalosa de bits en caja cada vez que el tema crece, se expande o acelera.

La última canción del disco, 40', llega como la resaca tras una noche de juerga y, si bien es un temazo que no desmerece del resto, al quedar la misión cumplida con la décima, esta undécima canción se agradece por añadidura, como un bis de gracia. Perfecto final para disco tan completo.

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