viernes, 17 de enero de 2014

Confesiones de un Niño Crecido

Madurar se asocia a veces con abandonar las fantasías de la infancia y dejar a un lado la imaginación. A cambio, centramos nuestros esfuerzos diarios en la realidad del aquí y ahora, así como en la proyección futura de una carrera profesional y un proyecto vital. Para labrarnos un nombre, una marca personal, en definitiva, una biografía que merezca ser vivida. Nos preocupa poco que los sentidos acaben por abotargar esas pequeñas epifanías que nos embargaban de niños. Cuando cualquier nimio detalle lo vivíamos como la más radical de las experiencias, la más absoluta de las aventuras, una historia digna de ser contada y compartida.

Ahora los voceros del apocalipsis vuelven a reivindicar el valor supremo de lo práctico, de los hechos contrastados y los números incontestables. El espíritu del riesgo castrado por una educación que no valora el vuelo libre del pensamiento virgen. Los meandros y vericuetos por los que discurre un verso suelto que, a  base de trabajo y esfuerzo, logra conquistar cumbres que los próceres del ordeno y mando le habían pronosticado que nunca alcanzaría.

Esta reflexión viene a cuento de la felicidad que canciones ñoñas, cursis e incluso tontas pueden transmitir a niñ@s abiertos de miras. Tonadillas que dejé registradas en su día en este blog queriendo ilustrar cuentos universales desde un punto de vista completamente naive en su versión Cuento Repelús: La Caperucita Roja, Los Tres Cerditos y El Flautista de Hamelín. La crítica constructiva, el debate encendido, la réplica entusiasta, el tarareo pegadizo, la perspectiva inaudita de unos niñ@s que demuestran con sus comentarios unas mentes flexibles y de imaginación encendida.


Porque si algo ha quedado demostrado con esta depresión de larga duración es aquella máxima de Albert Einstein que venía a decir que para resolver problemas nuevos no se pueden aplicar viejas recetas y, por lo tanto, para hacer frente a las circunstancias actuales habrá que adoptar soluciones diferentes para remontar la crisis. Y ahí entra en juego enfocar con ojos limpios de prejuicios, observar apreciando los pequeños detalles, mirar distinto.

¿Por qué nos empeñamos entonces en ahogar al niñ@ que llevamos dentro en lugar de henchir los pulmones con el primer respiro de la primavera?

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