Ahora los voceros del apocalipsis vuelven a reivindicar el valor supremo de lo práctico, de los hechos contrastados y los números incontestables. El espíritu del riesgo castrado por una educación que no valora el vuelo libre del pensamiento virgen. Los meandros y vericuetos por los que discurre un verso suelto que, a base de trabajo y esfuerzo, logra conquistar cumbres que los próceres del ordeno y mando le habían pronosticado que nunca alcanzaría.
Esta reflexión viene a cuento de la felicidad que canciones ñoñas, cursis e incluso tontas pueden transmitir a niñ@s abiertos de miras. Tonadillas que dejé registradas en su día en este blog queriendo ilustrar cuentos universales desde un punto de vista completamente naive en su versión Cuento Repelús: La Caperucita Roja, Los Tres Cerditos y El Flautista de Hamelín. La crítica constructiva, el debate encendido, la réplica entusiasta, el tarareo pegadizo, la perspectiva inaudita de unos niñ@s que demuestran con sus comentarios unas mentes flexibles y de imaginación encendida.
Porque si algo ha quedado demostrado con esta depresión de larga duración es aquella máxima de Albert Einstein que venía a decir que para resolver problemas nuevos no se pueden aplicar viejas recetas y, por lo tanto, para hacer frente a las circunstancias actuales habrá que adoptar soluciones diferentes para remontar la crisis. Y ahí entra en juego enfocar con ojos limpios de prejuicios, observar apreciando los pequeños detalles, mirar distinto.
¿Por qué nos empeñamos entonces en ahogar al niñ@ que llevamos dentro en lugar de henchir los pulmones con el primer respiro de la primavera?
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