El arte del desnudo o el arte del burlesque tienen más que ver con el erotismo, la gracia y el desparpajo que con la procacidad y la pornografía. No obstante, la frontera es delgada y, como siempre, la belleza o el horror residen en los ojos de quien mira. Dicho esto, Dita von Teese es una verdadera artista del destape y de la insinuación, de los modelos favorecedores y los movimientos sensuales, de sugerir sin apenas mostrar y de desnudarse con verdaderas alegría y donaire. Sin que el conjunto resulte zafio ni irritante, ridículo o irrisorio. Porque Dita cuida hasta el último detalle, desde su peinado y estilismo, hasta el vestuario y los complementos, llámense estos zapatos de tacón de aguja y sedosas medias o pendientes, brillantes y rutilantes joyas.
Hay en la web una interminable lista de apariciones de Dita, pero las más glamurosas son seguramente aquellas en las que se muestra en la alfombra roja de una fiesta o entrega de premios, cuando sin desnudar su cuerpo nos abre su alma de mujer coqueta en una entrevista, de mujer que se gusta y desea gustar, pero no por excitar o provocar a su pareja u otros hombres, sino por el mero hecho de ser ella misma en su mejor versión cada momento de su vida.
Una actitud que requiere del sacrificio y de la perseverancia, de tomarse uno su propio cuerpo y su propia imagen como un trabajo a jornada completa, diríamos que incluso como una carrera de fondo, en la que quien resiste triunfa, y para ello hay que ser tenaz y persistente.
Nunca abandonarse, nunca relajarse y si hace falta ir tensa entre corsés y sobre zapatos de vértigo, con el pelo rizado y maquillada como una puerta, que sea porque al final del camino encontraremos nuestra recompensa, nuestro puesto en el zénit con las estrellas. Y ahí se encuentra ahora mismo Dita, espectacular belleza e inmarchitable diosa.
En el polo opuesto Juan Manuel de Prada escribión un escabroso relato sobre la decadencia de una pin-up de época en "La Vida Invisible".
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