viernes, 3 de enero de 2014

Mujeres Inaprehensibles

Uno de los daños colaterales del ebook es la confidencialidad con la que ahora se leen los libros en espacios públicos. Mientras que el volumen en papel proclama a los cuatro vientos el título que se está leyendo -a menos que uno lo forre convenientemente-, el libro electrónico proporciona el anonimato. A esta privacidad se une la posibilidad de picotear varias historias sin necesidad de transportar físicamente el correspondiente tocho de papel.

Por eso, de un tiempo a esta parte el ebook gana terreno respecto al mamotreto en los vagones de metro. Donde la aglomeración en hora punta apenas si deja hueco para extender un brazo. Y donde cada vez más uno busca crear su propio espacio de lector y oyente ávido de novedades, mientras se transporta de ida y vuelta al trabajo sobre las vías del tren.

Esta lectura a una mano es también muy útil y puede aventurarse que alguna relación tendrá con el reciente éxito de obras del género erótico como la trilogía de "Cincuenta Sombras de Grey". Salvando las distancias, algo de todo esto hay en el siguiente relato que titulé "Mujeres Inaprehensibles":

- Tren con destino a Muskiz - anunció la voz femenina por megafonía. Puse la seña en la página que estaba leyendo y me levanté con el libro. Cogí la bolsa de deporte, rodeé el banco. El tren se encontraba estacionado frente a mí en el andén de Olabeaga. Pulsé el botón rojo y se abrieron las puertas de cuña. Al entrar, noté que atrás quedaba el calor. Dentro, el aire acondicionado refrescaba el ambiente. Tomé asiento de tal forma que pudiese seguir las indicaciones del letrero luminoso: temperatura 28º, hora 19:00.

- Tren con destino a Muskiz: parada en todas las estaciones. Sonó el pitido de arranque. Las puertas se cerraron. Bajo mis pies sentí el poder del motor al ponerse nuevamente en marcha. Miré a través del cristal cómo alcanzábamos velocidad. El paisaje desaparecía a nuestro paso, dejando su lugar a otras zonas verdes, casas distintas, construcciones cada vez más fugaces. Antes de volver a mi lectura, dos niños intentaron apedrear el tren sin conseguir hacer impacto. En la novela, Anais Nin seguía dando cuenta de sus correrías con Henry Miller. Recreaba en sus páginas el ambiente bohemio de París en los años 30. Me enfrasqué con disfrute en la narración.

- Zorrotza - anunció la cinta pregrabada por el altavoz. Levanté la mirada del libro. Atento a la ceremonia de apertura y cierre de puertas. Una chica de mi edad entró buscando un sitio donde sentarse. La eché un rápido vistazo, sumergiéndome después en el análisis de la Nin. Vi cómo una sombra se detenía ante mí. De reojo, pude comprobar que la chica había elegido el asiento de enfrente. Aparté las rodillas lo justo para que pasase. Sin despegar la vista de la página seguí haciendo como que leía. Sin embargo, mi concentración dejaba mucho que desear. De modo que preferí mirar por la ventana. La luz entraba a raudales. Me cegó levemente.

De mientras, oía maniobrar a la chica con bolsas de plástico, una cremallera descorriéndose, desembalando un paquete. Acomodé mis ojos al exceso de luz y esperé a que cesasen los ruidos. Manteniendo baja la mirada, lentamente, con timidez, procuré saciar mi curiosidad. Divisé el bolso. Recostado contra el asiento, a un lado de la chica. Después, ella se hizo realidad ante mí. Hasta donde mi posición me lo permitía: el ángulo de sus piernas, cruzadas, un libro en sus manos; fueron apareciendo gradualmente.

Para seguir leyendo, Heart Core Cotidiano, a partir de la página 38.

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