jueves, 20 de marzo de 2014

El Viento a Favor de Enrique Bunbury

Como en otros muchos aspectos de la vida, el viento puede soplar en contra o a favor de un proyecto empresarial. Uno pone toda su ilusión y ganas en alumbrar una iniciativa en la que invertir esfuerzos y dedicación, pero nadie puede garantizar el éxito de la aventura. Triunfar está al alcance de muy pocos y el fracaso es un lugar donde no conozco a nadie que le guste quedarse. Esto hace que el proceso de la creación y destrucción de empresas siga el curso natural de nacimiento, reproducción y muerte. Un ciclo que se ve favorecido por medidas económicas expansivas, mientras que los recortes y las políticas constrictiva invitan a replegar posiciones hasta que escampe el temporal. Determinar el punto del ciclo en que se encuentra la economía en un momento dado se ha convertido en un arte adivinatoria. Por no decir una de las bellas artes, ya que auna ciencia y especulación.

Uno recuerda todo esto a medida que viaja en una travesía interestelar de la mano de Enrique Bunbury y su Lady Blue, un trasunto de la Space Oddity de David Bowie pasada por su etapa más Ziggy Stardust.


Aunque para odiseas verdaderamente interesantes, nada como El Viento a Favor del propio Bunbury.


Un compendio de lugares comunes en la difícil asignatura del aprendizaje vital. A unas guitarras líquidas y funky que se disuelven por momentos en un trabajo minimalista salpimentado de arpegios y arabescos les toman el relevo unos vientos y unas cuerdas muy bien traídas que remachan con fuerza la frase principal. En un símil de lo que la insistencia, persistencia, trabajo duro y empeño significan en la persecución del éxito profesional. Una guía de autoayuda que invita a aguantar hasta que los elementos externos acompañen, pero esta espera ha de ser activa y atenta, lista para reaccionar como un resorte o muelle ante el más mínimo atisbo de mejoría.

 
Momento que quizás ha llegado para nuestra economía y que deberíamos aprovechar individual y colectivamente para remontar el vuelo y despojarnos de los ropajes de un invierno que dura ya demasiados años. Saltemos y brinquemos como si nos hubiesen pinchado en el culo con mil alfileres, y que ello sirva de acicate para recuperar una ilusión y esperanzas que hemos ido abandonando en el camino de descenso a ninguna parte. Las señales están ahí para quien quiera verlas, así que basta de lamernos las heridas y de mirar para otro lado como si la desgracia y la fortuna fuesen siempre elementos ajenos a nuestra actuación y nos viniesen dadas sin posibilidad de hacerles frente y enmendarles la plana.

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