martes, 25 de marzo de 2014

Heroin contra Needle and the Damage Done

Heroin es un espejo donde mirarse. Una obra cumbre de Lou Reed difícilmente igualable, no digamos ya, superable. Sobre un inicio instrumental de cadencia voluntariamente abotargada, la canción evoluciona del letargo hacia una energía desbordada. Un nirvana que va de menos a más. Un experimento musical en clave psicodélica. La demostración de que se puede hacer arte tomando cualquier punto de partida.


El preámbulo musical ya anticipa que algo extraordinario está a punto de suceder. Pronto la ansiosa verborrea de Lou se ve rebasada por la Velvet y su desarrollo instrumental urgente. Arpegios y punteos deslavazados transmiten una sensación de descontrol insuflado por el veneno líquido vertido en el torrente sanguíneo. Y la canción degenera en la cacofonía y una suerte de caos organizado, como si el cantante supiese lo que se hace y estuviese midiendo cada una de sus decisiones y movimientos con una especie de precisión quirúrgica que asusta y horroriza a partes iguales. El protagonista afirma su personalidad en el propio acto de drogarse, un acontecimiento largamente madurado y planificado. Perpetrado con la contumaz voluntad de quien espera que el chute depare a sus sentidos y a su cerebro un universo de nuevas e infinitas experiencias. Impresiona especialmente el éxtasis místico que alcanza Lou en la canción. Y cómo literalmente se disocia en un doble personaje, a lo Doctor Jekyll y Mister Hyde. Las sensaciones del sufrido y atolondrado yonqui son fríamente anotadas por el cruel y sarcástico narrador como en una prueba de laboratorio.


Algo completamente distinto sucede con Neil Young y su Needle and the Damage Done. Sin ejercer de falso moralista, pues él mismo se drogaba por entonces, Neil denuncia el horror de la heroína, que ya se había llevado a la tumba en los primeros 70s a varios amigos. Entre ellos a su compinche y guitarrista de su grupo, Danny Whitten, en cuyo homenaje está compuesto este tema. Neil denuncia que la heroína se extiende por la ciudad como un cáncer que le ha quitado un miembro de su banda. La poesía ilumina la canción desde los primeros acordes y el toque de Neil amplifica el drama. En su responso profano, Neil hace restallar las cuerdas en glisando y golpea con un ritmo obsesivo la caja de su guitarra como doblando las campanas a muerto. Cual viuda aporreando el féretro en el cortejo funerario del ser querido, incrédula ante la pérdida sufrida, sin arrepentimiento ni indulgencia, pero sí lamentando inmensamente el desgraciado desenlace. En su réquiem, Neil desgrana su pena, ha visto la aguja y el perjuicio que provoca. Lejos de caer en el fariseísmo confiesa que cada uno llevamos una parte de esa pulsión de muerte dentro de nosotros. Apenas si puede contener el sentimiento, pero aún le queda un hálito de belleza para comparar a cada yonqui con una puesta de sol. La brevedad de la canción y el abrupto final expresan el profundo dolor del cantante. Su voz se quiebra al despedir al amigo muerto.

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