viernes, 23 de marzo de 2012

Black and Blue, The Rolling Stones


La verdad es que me encuentro reseñando este disco de la manera más estúpida que se me hubiera ocurrido imaginar. Resulta que no está entre mis discos favoritos, ni del rock en general, ni de los Stones en particular, pero resulta que acabo de llevar a cabo un hurto en casa de mis padres y aquí me tienen confesando mi autoría a todo correr, porque me siento como un niño con zapatos nuevos. En román paladí, le he robado a mi madre su tocadiscos y los últimos restos de discos de vinilo que quedaban por casa, pero si no recuerdo mal el Derecho Civil de primero de carrera, se trata de un hurto por no mediar en mi acción violencia en las personas ni en las cosas.

Antes de seguir, espero contar con su discreción (el silencio de mis hermanos, que me consta me seguís, tendré quizás que comprarlo, pero ese es un asunto entre mis hermanos y yo, y queda fuera de la jurisdicción de este blog), pues mi madre puede que no llegue a enterarse jamás en la vida de que le falta el plato de su equipo de música de alta fidelidad y de mi padre mejor ni hablar, ¿cuál de esos trastos que me costaron un potosí, hacían un ruido del demonio y nunca llegué a usar es el plato?

Quería decir antes de esta disertación sobre el hurto, que me encuentro más feliz que una perdiz, pues llevaba tiempo dándole vueltas a la posibilidad de concederle una segunda oportunidad al vinilo, ya que mi primera etapa como consumidor de música analógica se había saldado, por razones económicas, más del lado del pirata de copia privada en cinta magnetofónica, y cuando tuve dinero para gastar en discos, resultó que sus caras duraban entre 15 y 20 minutos por 30 y hasta 45 minutos las casettes grabadas que yo escuchaba por entonces. En definitiva, que me resultaba un verdadero engorro dar vuelta a los discos cada tan poco tiempo, por no hablar de mi torpeza en su manejo y del espacio que requería su almacenaje por el gran tamaño de sus portadas.

Lo cierto es que ver de nuevo los vinilos en las estanterías de las cadenas de electrónica, música, cine y literatura, y además en su mejor versión, esto es, alto gramaje / 180 gramos, antes únicamente al alcance de grupos como Pink Floyd y por ahí, si no recuerdo mal, fue una tentación muy grande para volver a las andadas.

Y heme aquí, plato en ristre saliendo a hurtadillas de casa de mis padres. ¿Y qué es una colección de restos de stock de vinilo sin su plato? Pues me han dado pena y también los he adoptado, si bien es cierto que al principio había pensado tomar prestados tan solo una muestra significativa de rock que me permitiese echar a andar el juguete, como unas pilas en la mañana de reyes.

Cuando he llegado a mi casa, he examinado con detenimiento el botín y, aunque el plato conservaba milagrosamente la aguja, otro tema es que date del jurásico, el enchufe de corriente estaba inservible. Lo que les digo, al final va a resultar que he realizado una labor de caridad dando acogida al plato.

Ni corto ni perezoso, he puesto en práctica mis olvidadas lecciones de pretecnología de la EGB puestas al día con nuestro añorado McGiver y he conseguido poner en marcha el aparato sin extraviar ninguna pieza significativa/vital para su correcto funcionamiento.

Así que me he puesto de la misma a darle caña al tocadiscos de mi madre, conectado a mi amplificador Rotel y a mis pantallas de torre Bowers and Wilkins, y he pinchado grandes éxitos de Abba, en versión original y con orquesta, un doble de Caravan / sonido Canterbury, maxisingles disco de los 80s, recopilatorios de non-stop music de finales de los 70s, música cubana proveniente directamente de la isla por cortesía de un amigo en su viaje de estudios, un disco de Taste / Rory Gallagher, un disco de Jenny Morris (¿?), un disco de Front 242, un disco de Johann Strauss de Deutsche Grammophon con Herbert von Karajan y la Sinfónica de Berlín, etcétera.

Y se me olvidaba que también he pinchado el Black and Blue de The Rolling Stones que heredé de uno de mis tíos melómanos, aunque quizás no fuese suyo, sino del otro hermano de mi madre, pues también se hurtaban discos entre ellos.

En cuanto a la reseña, visto lo visto casi que mejor la despacho en un par de líneas.

Por esta época, mediados de los 70s, Jagger tiraba del carro, esto es, de Keith Richards, como buenamente podía. Debo de tener por ahí la biografía no autorizada de Keith Richards por Victor Bockris, pero no pienso consultarla, así que les cuento de memoria que los Stones habían cambiado París por Barbados/Jamaica, de ahí el sonido reggae/ska de muchos de los números de Black and Blue, tan del gusto de Keith por entonces.

Hot Stuff tiene un pase pero, personalmente, nunca hubiera abierto un disco con una canción tan monolítica y reiterativa, sí que tiene un riff de Richards y la batería de Charlie Watts, el único británico que pauta el rock como un nativo americano, pero a estas alturas de la historia no es suficiente para darle el aprobado.

Hand of Fate, sin embargo, está muy lograda y hubiese merecido mejor suerte de haber salido en otro álbum de más nivel medio.

Cherry Oh Baby es uno de esos reggae/ska que en manos de los Stones suenan a tomadura de pelo, simple y llanamente, por el talento desperdiciado en semejante esfuerzo.

Memory Motel, a pesar de alargarse sin ton ni son, es quizás mi preferida del disco y Jagger hace una interpretación en la que parece creerse la historia que cuenta.

Hey Negrita me suena a la cara B de Hot Stuff, así que no me repito.

Melody no parece una canción de los Stones, quizás sea un boogie-boogie de Billy Preston, tan del gusto del sexto Stone Ian "Stu" Stewart.

Para estas dos últimas canciones aplica en los créditos el "inspirado por", en Hey Negrita va por Ron Wood y en Melody va por Billy Preston, lo que traducido a castellano viejo viene a ser que ambos ayudaron a la pareja Richards-Jagger en labores compositivas y se les agradece nombrándolos, esto es, con el "don", pero de royalties / "din", ni hablar. Tampoco es cuestión de quejarse, pues unos años antes Marianne Faithful no recibió ni lo uno ni lo otro por su aportación en Sister Morphine.

Fool to Cry la emparejo con Memory Motel, así que ignoro por qué extraña razón, pero también la salvo de la quema.

Crazy Mama es quizás el único número Stone puro del disco, y seguramente no desmerecería en álbumes como Sticky Fingers o Exile on Main Street, con el tratamiento adecuado, por supuesto, pues se resiente por exceso de producción, pero acabamos de oir la última canción de un disco flojo de los Stones y el mediocre resultado ya no tiene enmienda.

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