sábado, 17 de marzo de 2012

Dublinesca de Enrique Vila-Matas


Nos gusta Enrique Vila-Matas y nos gusta Dublinesca, pero no por tratarse de una novela más de Vila-Matas, o tal vez sí. Y nos explicamos, en Dublinesca nos encontramos con el Vila-Matas de siempre, intertextualidad, metaliteratura, predilección por el refinamiento francés, estilo barroco, no tanto por lo florido u ornamental, sino en lo que a la multiplicidad de sentidos y significados, ironía y sátira incluidos, se refiere.

Pero también hay novedades interesantes como el salto inglés, que bien podría ser irlandés, con una intrahistoria del Ulises de Joyce en la que se ve involucrado hasta su pupilo Beckett, en una muy oportuna historia de fantasmas. Así como temas de actualidad originalmente mezclados en la trama, el fin de la era gutenberg a manos de internet, la soledad de la era virtual personalizada en los hikikomori.

Se trata, en fin, de una parábola de la vida moderna y sus compartimentos estancos de incomunicación como capas concéntricas de una cebolla, el individuo y su espiritualidad, la pareja, la familia, los amigos, el trabajo, la sublimación por el alcohol y su contrapunto en la aburrida abstinencia.

No por casualidad el personaje principal, José Riba, un editor retirado, ha vivido por, para y a través de su catálogo y, tras una vida que siente como prestada, se duele por no haber descubierto en sus años de profesión un escritor singularmente sublime. Si bien se resarce con momentos especiales vividos en el centro del mundo, como revelaciones o epifanías que dan sentido a una vida entera y la redimen del fracaso.

Por último, hacer mención al hallazgo del punto de vista del narrador, quien en una aproximación a Joyce y su protagonista absoluto en Ulises, el monólogo interior de Leopold Bloom, cuenta la historia desde la perspectiva de José Riba, pero más como un notario que lo siguiese en sus peripecias y levantase acta de las mismas.

Un observador que lo acompañase y lo conociese perfectamente, en un ejercicio de titiritero o bien ventrílocuo, el equivalente en cine a una filmación en tercera persona salpimentada aquí y allá por el uso de la cámara personal, para realzar el verismo de la narración.

En lo que podríamos denominar la paradoja del cinismo, aventuramos que, ajuste de cuentas con editores pretéritos aparte, José Riba bien podría ser un trasunto de Vila-Matas visto por Vila-Matas quien ha armado un artefacto que funciona como un reloj sin agujas, pues no quisiéramos que nuestro tiempo dentro de él se acabase nunca, al igual que se nos escapa cómo Vila-Matas ha podido crear un mecanismo tan peculiarmente excelso.

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