miércoles, 28 de marzo de 2012

Venus tras el baño con Voyeur

Pongamos que se llama Beatriz y digamos que ha salido de casa sin decir adónde iba. En su secretismo, Beatriz ha bajado al río a darse un baño y practicar sus abluciones, y ahora retoza en la orilla, su cuerpo recostado en escorzo, ofreciéndonos siquiera la blancura pura de su cuello, las rodillas levemente flexionadas y las manos delicadamente caídas nos ocultan su joyita, el pecho apenas cubierto por un deshabillé que flota en la brisa.

Pudorosa, aunque ajena a las miradas extrañas, Beatriz se mira y se retoca en un pequeño espejo que ha apoyado en un matorral, mientras abandonadas junto a su ropa resplandecen en la hierba su collar de perlas, su pulsera de plata y su cadenita de oro. Al fondo, tras los setos ornamentales de lo que parece un jardín renacentista, el Voyeur observa a Beatriz y no se pierde detalle. Nosotros, como espectadores, también miramos, y no podemos por menos que hacerle un guiño de complicidad al Voyeur del cuadro.

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