miércoles, 11 de abril de 2012

Amor Crudo

Tus ojos brillaban, arena de mar,
yo era la brisa que volaba tu pelo,
íbamos paseando, pegando patadas
a las rizosas olas que llegaban hasta la orilla.

El mar, calmo, mecía los barcos que,
con el bamboleo, cuchicheaban entre ellos,
el aire era una sinfonía de histéricas
gaviotas que, arrogantes, se zambullían tras sus presas.

Había mimos, malabares, teatro de calle,
nos arremolinamos, curiosos, en torno a una banda de músicos rabiosos que tocaban deprisa un repertorio de blues, jazz y music-hall.

Andábamos de la mano, por sentirnos vivos,
por calibrar la fuerza de la corriente que nos unía,
y era fácil, sin forzar surgían, el diálogo inútil,
la mirada sorprendida, la broma insulsa, en fin, la alegría.

Y te cruzabas con viejos conocidos, y me tenías
esperando, se sorprendían de verte, ¡tanto tiempo!,
más aún, de verte por mí acompañada, y, cómo no,
lo que más les extrañaba era el lazo en nuestras manos.

Y, en eso empezó a llover, un diluvio,
y me miraste sin reconocer el cambio,
me diste un beso aguado, y corrimos
por el paseo hacia la playa, bajo palmeras en sombras.


Amazona en la arena, recostada en la noche estrellada,
bajo cubos de sal y lluvia, como un titiritero 
pulsé las cuerdas de mi violín empapado,
con las notas agudas te derretías, con las graves me replicabas.

Cobijados en el coche, escuchando nuevas
canciones, dejamos pasar la tormenta,
y cuando escampó, fuimos a un hotel
que había cerca, saciados de agua, colmados de arena.

En la ventana de la habitación, un pájaro
nos avisó de que el amanecer estaba próximo,
nuestro sueño consumido, por la vigilia del amor
y el duelo de tener que despedirnos.

Yo, me senté a escribir para ti,
tú, no hiciste caso de mis recomendaciones, mis consejos,
no supiste distanciarte de mis escritos, y me alegro,
de lo contrario, nuestros destinos habrían sido muy distintos.

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