Porque no le falta nada que anhelemos en una Venus.
Antes bien, generosa, habrá quien diga de su carnosidad abundante que le sobra, cuelga y pende, si bien nosotros la encontramos divina, y nos reafirma en nuestra identidad esencialmente carnívora.
En fin, que nos sentimos cofrades de la rolliza señorita que Rubens nos muestra, y si nos convocasen de alguna asociación del ramo, como le ha ocurrido a Miguel Bosé con la cofradía del nabo, nos apuntaríamos encantados.
La voluptuosidad de este tipo de belleza nos perturba la mente y despierta nuestros sentidos a partes iguales.
Es quizás en la contemplación de esta beldad cuando mejor entendemos los ritos de la fertilidad. Así como las figuras de barro y cerámica que acompañaban a estos ritos en las culturas antiguas. Y cuyo arte nos han legado y ha llegado hasta nosotros en piezas como las de la imagen.
Nada que ver con las modelos de extrema delgadez y discutible belleza.
Acicate y motivación para superar la terrible enfermedad de la anorexia, las hermosas y volátiles fintas de la mariposa de vida leve, son una muestra inmejorable de la belleza que atesoramos en nuestro interior.
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