domingo, 15 de abril de 2012

Recetas de Crisis: Agitar antes de Usar

El mes pasado nos sorprendimos leyendo un artículo de José María Gil en el periódico El Correo (¡Qué crisis, esto es un nuevo escenario!) que, en parte, compartimos.

A grandes rasgos, José María Gil exponía su tesis de que no nos hayamos ante una crisis más, sino ante un cambio de modelo / paradigma, y que mejor nos ponemos a trabajar en esa nueva realidad que a seguir enfrentándonos a la crisis con viejos remedios / recetas que se han demostrado inservibles hasta ahora.

Personalmente, iría aún más lejos, mediante la constatación de que el capitalismo se asemeja a Saturno en cuanto que acaba devorando a sus propios hijos.

Y me explico, cíclicamente, el capitalismo ha ido alcanzando cotas y valles, los conocidos dientes de sierra, si bien al observar las series completas, la tendencia general era ascendente.

Sin embargo, en la crisis actual, parece que nos hemos retrotraído a un momento anterior en el tiempo, descendiendo algunos peldaños en la escalera del progreso y, además, se pronostica que el crecimiento futuro será menos vigoroso que en las salidas de crisis anteriores, esto es, se está produciendo un empobrecimiento real de nuestra economía, cuya amenaza de cronificación nos sugiere que ha venido para quedarse.

Si repasamos brevemente la historia de las crisis del capitalismo desde finales del siglo XIX / colonialismo, convendrán conmigo en que la salida de cualquier crisis pasa por alcanzar una mayor productividad marginal de la fuerza de trabajo, y por lograr una mejora del valor añadido nacional.

Empezando por la primera revolución industrial, basada en el carbón, las incipientes industrias de los sectores manufactureros del textil y el metal fueron las más beneficiadas. Posteriormente, con la aparición del ferrocarril, se dio un nuevo impulso que mejoró las comunicaciones. La electricidad supuso un nuevo salto cualitativo, una nueva forma de romper con la situación anterior, y lo mismo ocurrió posteriormente con las revoluciones químicas y tecnológica respectivamente, ya en el siglo XX.


En cada etapa de desarrollo, no obstante, nos encontramos con que una vez alcanzada la cima del ciclo, el statu quo dura bien poco, y nuestro particular Saturno, comienza enseguida a devorar a sus propias criaturas.

Por ejemplo, cuando los países europeos logran un razonable desarrollo industrial allá por el último tercio del siglo XIX, ante el exceso de oferta de manufacturas, se ven empujados a venderlas en nuevos mercados, y en ese momento prácticamente todos los países de la vieja Europa giran sus ojos hacia el inmaduro e incipiente continente negro, África, y surge de ahí la carrera por la colonización de sus tierras.

Curiosamente, Alemania, que llegó tarde a la carrera colonialista, guerrearía por dos veces contra sus países vecinos, una a finales del siglo XIX (Guerra Franco-Prusiana) y otra a principios del siglo XX (Primera Guerra Mundial), si bien en ambos casos podríamos estar hablando del mismo síntoma descrito, la necesidad de Alemania, dado su potencial como nación productiva, de expandirse proporcionalmente en los mercados internacionales.

La Crisis del 29 junto con el humillante Tratado de Paz de Versalles de 1919, acabaron con la República de Weimar en Alemania, y Hitler volvió a catalizar equivocadamente la laboriosidad y ansias expansionistas de su pueblo, embarcándolo en una Segunda Guerra Mundial que arrasaría el centro de Europa una vez más.

Los acuerdos de Yalta de 1945 suponían de facto el inicio de la Guerra Fría, pues Gran Bretaña cedía su liderazgo histórico de gran potencia imperial, a partir de entonces en manos de Estados Unidos y la URSS.

El fin del colonialismo y la devolución de la soberanía de las naciones a los diferentes pueblos asentados en ellas, en detrimento de las metrópolis colonialistas, tiene su contrapunto en la crisis del petróleo, momento en el que los países autónomos / independizados productores de petróleo, se arrogan la potestad de fijar los precios del crudo.


Posteriormente, la revolución tecnológica de la sociedad de la información, derivará en la crisis de las compañías punto.com de finales del siglo XX.

Esa última crisis se resuelve por medios pacíficos, "pinchando" la burbuja, esto es, retrocediendo al momento en que la realidad de las cuentas de las empresas se convirtió en la fantasía de las cotizaciones bursátiles.

La crisis actual, con su origen en otra burbuja, la inmobiliaria, y que ha derivado en una crisis financiera sin precedentes, pudiera interpretarse como otra crisis más del capitalismo, si bien en este caso la diferencia estriba en que la globalización nos mantiene comunicados, de tal modo que cualquier movimiento financiero en un país remoto puede afectarnos de manera inmediata y con consecuencias imprevisibles (Efecto Mariposa).

La mala noticia para Europa es que el eje de importancia de las relaciones internacionales a nivel global se ha desplazado hacia los países en vías de desarrollo con mayor potencial de crecimiento futuro (Brasil, Rusia, India, China, también conocidos bajo el acrónimo BRIC).

Esto hace que nuestra productividad y competitividad esté continuamente puestas en tela de juicio, y que no podamos sino defendernos como gato panza arriba de una situación que se nos viene encima y que se complica más a cada momento que pasa.

Aun con gran coste interno, los expertos apuntan a que Estados Unidos ya está en disposición de remontar esta crisis. Sin embargo, en el caso de Europa, hemos retrasado el cumplimiento de nuestras obligaciones hasta el fin del plazo del examen, y ahora vienen los nervios y las dudas, con la figura de la canciller alemana Angela Merkel liderando los reproches y reprimendas cual señorita Rottenmeier, exigente adalid de la austeridad ella, como buena luterana.

A los países europeos periféricos denominados PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia, Spain), apenas si nos ha quedado otro remedio que rebajar costes para poder vender, con el recurso fácil de los despidos masivos y las bajadas de sueldos por decreto como primera medida de choque.

Nadie dijo que esto fuera lo más conveniente, pero si no hemos hecho las inversiones de capital necesarias para desarrollar tecnológicamente nuestros procesos productivos y trasladar las correspondientes rebajas a los precios de nuestros productos y servicios, resulta que prácticamente el único recurso en manos de nuestros empresarios, cuando nos vienen mal dadas, consiste en destruir empleo.

Esto en lo concerniente a los costes, porque si lo que queremos es obtener más ingresos estatales, la opción más contundente es la de subir impuestos. Porque pensar en recaudar más mediante subvenciones e incentivos, con las rebajas de actividad que estamos padeciendo es, cuando menos, iluso. Si bien, parece recomendable mantener el pulso de las ayudas, mientras se aplican subidas de impuestos que no lastren la recuperación.

Hay que seguir trabajando en la innovación industrial, en la excelencia y en la venta de uno mismo. Quizá el gran cambio que nos espera sea la necesidad de saber encontrar nuestro hueco en el autoempleo / emprendizaje.

Porque seguir pensando que, bien la empresa privada, bien el estado, van a absorber grandes cantidades de desempleados en el corto plazo, se antoja un espejismo y parece un flaco favor para nuestra autoestima.

Me gustaría pensar que el hecho de lanzar mensajes como éste que luego meto en una botella, es una forma de plantar cara a la nueva realidad que se avecina, y de estar alineado con lo que cada vez más se va a esperar de nosotros como individuos, estar conectados, estar relacionados, estar bien informados, tener opiniones propias, ser especialistas en nuestro campo de actividad sin abandonar los conocimientos generalistas, aunando nuestras querencias localistas con las inevitables tendencias globalizadoras.

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